27 de agosto de 2009

Sangrando correctamente

En buena ley, tenemos que calificar a Sangrando correctamente como un Primer Vuelo, puesto que su autor principal es Juan Miguel Aguilera: veinte años de edad (aproximadamente), estudiante de arte (parece ser) y actualmente en su servicio militar (casi seguro), su firma ha aparecido hasta ahora (que sepamos) únicamente en el fanzine Módulo, fugazmente editado en Valencia por nuestro colaborador Javier Redal. Aguilera quiere ser dibujante de comic. se interesa por la SF -sus autores favoritos son Alfred Bester, Larry Niven y John Varley- y por la música de Supertramp. Hasta el punto de que este cuento tuvo su origen en la traducción errónea del título de una de sus canciones. El relato se basa en un sueño que tuvo, y que historió siguiendo las técnicas de Alfred Bester, Joe Haldeman y Woody Allen (!).
La contribución de Redal en el relato se centra exclusivamente en la hiperesfera, idea que le brindó desinteresadamente, pero que Aguilera quiso que se reflejara en la inclusión de su firma (el culpable debe expiar sus culpas), aunque fuera en segundo lugar.


30 de junio de 1908


«Una violenta explosión: arrasó una amplia zona boscosa de 40 km. de diámetro. Fue acompañada de una enorme columna de fuego visible en toda la región del Tunguska Medio, en Siberia.
»EI veredicto de los científicos fue que se trataba de un meteo­rito. Pero debió de ser un meteorito bastante extraño: había derri­bado árboles en miles de millas cuadradas y sin embargo, cerca del punto de choque habían quedado árboles en pie. No se en­contró parte alguna del meteorito, jamás. Nadie presenció el cho­que». (BUM, MISTERIO, BUM. BUM).


7 de agosto de 1348

«La Peste Negra asola Europa. Para muchos es el Fin del Mun­do. El justo castigo Divino a los pecados de la Humanidad.
»Miré y vi un caballo bayo, y el que cabalgaba sobre él tenía por nombre Mortandad, y el infierno le acompañaba. Fuele dado poder sobre la cuarta parte de la Tierra para matar por la espada, y con el hambre, y con la peste (pero, sobre todo, con la peste).
»Y sucedió que, siendo Clemente VI Papa, se apareció a los aldeanos del séptimo cantón de Reims, Francia, un objeto mila­groso en forma de esfera.
»Y los aldeanos de Reims utilizaron el objeto como badajo para una infernal campana de bronce que habría de salvarlos.
»Y quiso el Señor que las huestes del Tártaro arrasasen la al­dea, y arrastrasen la campana hasta lo más profundo del Averno.»


25 de mayo de 1966 - 25 de mayo de 1968

-Bueno, verán, yo tenía..., eh, tenía seis años, cuando un gran­dullón de ocho me dio una paliza, no recuerdo exactamente por qué. Durante dos años aguardé la hora de mi venganza, y el día de mi octavo cumpleaños salí a buscarlo. Cuál no sería mi sorpresa al comprobar que, en contra de mis suposiciones, mientras yo había cumplido los ocho, el muy bastardo había alcanzado los diez.
»Esta fue mi primera experiencia con el tiempo.


29 de julio de 1977

¿Cuántos de ustedes no se habrán dicho: «Si hubiese actuado de esta forma y no de esta otra...» O: «¿Cómo pude dejar escapar esa oportunidad?» O: «Si pudiera volver atrás y deshacer lo que hice...»
Pero lo cierto es que el Tiempo ni se detiene, ni vuelve atrás, ni nada. Cuando nos queremos dar cuenta ya se nos ha acabado y todo lo que hemos hecho es soñar en lo que podríamos o debería­mos hacer.
Como aquel día en el que yo iba hablando con Miguel sobre... Oh, disculpen, creo que no les he hablado de Miguel. Es un tio es­tupendo, de veras, o por lo menos lo fue. El caso es que Miguel me permitió realizar el único acto heroico de toda mi miserable exis­tencia...
Entonces teníamos ambos quince años y veraneábamos en el mismo pueblo, pero no nos conocíamos. Un día en que yo había salido a cazar insectos para mi colección, lo encontré desangrándo­se bajo un ribazo. Estaba haciendo cross y había resbalado, cayen­do sobre una roca afilada que le produjo una fractura. Salté a la carretera y detuve al primer automóvil que pasó. Lo llevamos a un hospital e incluso doné sangre para una transfusión.
Desde entonces se puede considerar que ha sido mi mejor amigo.


15 de mayo de 1981

-Te juro, Miguel, que necesito a esa tia. No podría vivir sin ella.
-¡Oh, vamos!
-Hablo en serio. Yo... yo... yo...
-Sí.
-Ya me entiendes, es el amor de mi vida.
-Eso me dijiste el mes pasado de Clara. Y el anterior de Toni.
Y el anterior...
-Bueno, bueno, bueno. Reconozco que soy un enamoradizo...
-Lo has sido siempre, Juan.
-Pero, eh..., esta vez es distinto. Vicent y yo encajamos como..., como dos piezas de precisión. Es... es atómico.
-Sois dos almas gemelas.
-Exacto. Ya verás cuando la conozcas.
Aquella tarde fue deliciosa para Juan. Fueron con Vicen y una amiga suya a bailar y, más tarde, en un pub, charlaron Y escucha­ron música.

«Los tiempos han cambiado Y mi visión necesita un descanso
porque fue demasiado duro soportar la batalla
y ya no siento el dolor, pues mi alma se hunde rápidamente
y me doy cuenta de que por fin estoy cambiando
en otro tiempo Y en otra mente.
y veo por fin que cambia mi historia.
Dadme un poco de paz.
Y cuando pida perdón
entonces estaré en el camino
entonces estaré en el camino
entonces estaré en el camino».

Cuando volvíamos a casa Miguel me confesó que yo estaba en lo cierto: Vicent era maravillosa.
Una vez en su guarida, Juan recordó que el lunes 18 tenía que examinarse de química. Era viernes 15 de mayo, así que se dispuso a pasar el fin de semana empollando.
Estaba preparando café para aguantar la noche cuando algo empezó a vibrar en el suelo de la cocina. Al principio fue como la última reverberación del tañido de una campana, pero aumentó gradualmente de tono e intensidad, hasta casi reventarle los tím­panos.
Todos los objetos de vidrio y cerámica estallaron. La jarra de café saltó en mil pedazos y el líquido hirviente le quemó las manos.
Cuando se hubo recobrado se acercó a la fuente del sonido. En el centro del suelo había algo..., una esferita del tamaño de una perla, de un gris neutro..., no, no como una perla, como un grano de arroz..., no, como una canica..., Como un balón de fútbol..., era una esfera gigantesca que llenaba la cocina aplastándo­lo contra las paredes...
Se estabilizó en el tamaño de una pelota de ping-pong. Tomó el martillo de «melancolizar» la carne y la golpeó.
Es curioso, pero mientras me sucedían estas cosas tan extra­ñas, yo solo pensaba que aquello me iba a impedir preparar el examen. Sé que suena ridículo.


17 de mayo de 1981

Se encontraba frente a la puerta principal de la Universidad. La esfera vibrante tenía ahora el tamaño de una canica. La guar­dó en su bolsillo. Aún algo aturdido, entró. Un calendario marcaba una fecha absurda. Era el día del exa­men. ¡Y Juan había olvidado todo lo sucedido en las últimas cua­renta y ocho horas! Alucinado, entró en el aula y escuchó impasi­ble las preguntas.
¡Un momento! Yo no he olvidado nada. Recuerdo perfectamente que estaba en la cocina, preparando café, cuando... ¡MIS MANOS TODAVÍA HUELEN A CAFE!
«Then I'lI be on the away...»

De regreso a su guarida, comprobó que tanto esta como todo el edificio que ocupaba se habían ido al diablo. KAPUT. Una lásti­ma. Justo cuando estaban a punto de reconocerlo «Ruina Histórica Nacional».
Se habían reunido en pleno el Parque de Bomberos y una flota de ambulancias. Había numerosos heridos. Juan se sentó en los escombros de lo que había sido su refugio.
Al parecer se trataba de una explosión de gas. O, al menos, ese era el dictamen de los expertos, y todos lo aceptaban. No todos. Juan tenía sus propias teorías.
Empezaba a preguntarse qué demonios era lo que se había en­contrado...


1 de enero de 1996

(ESCENA: Aula de la Universidad Central. Conferencias de Histo­ria Contemporánea para adultos).
(PERSONAJES: 1 conferenciante, profesor de la Facultad de Físi­cas; 43 terrestres; 8 extraterrestres).
SE LEVANTA EL TELÓN.
CONFERENCIANTE: «En 1969, Armstrong y Aldrin pisaban la Luna. En 1976, los dos Viking se posaban en Marte. En 1980, aún no ha­bía sido puesta en órbita la Lanzadera Espacial. Hoy, en 1996, los terrestres tenemos colonias en varios sistemas solares. Y un bi­llete a otro sistema cuesta poco más que uno de vuelo transatlánti­co. Ciertamente, las cosas han cambiado. Gracias a ESTO (saca una bolita del bolsillo).
»Muchos de ustedes, sin duda, han viajado o piensan viajar a las estrellas... (el conferenciante contempla al quitinoso habitante de Merak V, enroscado en su trípode en primera fila. Su forma de agitar los palpos resulta claramente obscena y, además, distrae a los otros asistentes. Los alienígenas todavía son raros para cierta gente) ...pero pocos habrán visto estas esferas.
(Se dirige al aparato que ocupa una esquina de la gran mesa).
»Esto ofrece un aspecto impresionante. En realidad, es solo una combinación de balanza y calibrador. Medirá las variaciones en radio y masa de la esfera. Un microprocesador calculará la densi­dad automáticamente, y los resultados aparecerán en esta pantalla.
(Coloca la bolita en una abrazadera, y en la pantalla se lee:)

r = 0'978562 cm. m = 4'418425 gr. d = 1'125684 gr/cm3.

»Ahora observen (la golpea levemente con un lápiz tres veces).

Primer golpecito:
r = 5'362458 cm. m = 727'104469 gr. d = 1'125684 gr/cm3.
Segundo golpecito:
r = 12'564821 cm. m = 9353'497197 gr. d = 1'125684 gr/cm3.
Tercer golpecito:
r = 0'052231 cm. m = 0'000672 gr. d = 1'125684 gr/cm3.

(Un par de canopianos pregunta a su vecino terrestre. La visión de los nativos de Canopus II es ultravioleta).
»Como ustedes ven, la densidad de la esferita no varía. Pero su masa sí, contradiciendo la ley de conservación de la materia. Esto es una de las pistas que nos condujo a descubrir su naturaleza. Pero no nos anticipemos. Ustedes se están preguntando: ¿Qué tiene que ver todo esto con los viajes interestelares, o a la Luna o a Titán? Cuando ustedes adquieren su billete no se imaginan que el mecanismo que les lleva, esta esferita en esencia, es el mayor mis­terio que la Ciencia se ha planteado jamás.
»Pongamos un ejemplo concreto. Un imaginario señor X desea ir a Sirio. Simplemente, se dirige a la estación de la LKJO y adquie­re un pasaje de primera clase -seamos generosos- a Bellogesto, Sirio VII. (Se escuchan risitas sardónicas por parte de unos «pan­teras negras» que ocupan la tercera fila). Sí, sí, bueno, reconozco que Bellogesto no es el lugar ideal para un fin de semana, pero supongamos que al señor X no le preocupan las actividades que allí lleva a cabo el Ku-Klux-Klan ni posee... (lanza una mirada de dis­culpa a los «panteras»)..., uh, «handicaps» en ese terreno. Bien, el intrépido señor X toma su Talbot, llena el depósito de gasolina -lo cual, dadas las últimas subidas, no deja de ser una hazaña- y se dirige a la Terminal. Confía su auto a los empleados, se sienta en una cabina «teleport» junto con otras doscientas personas, y es tele­portado instantáneamente a Bellogesto. Allí le entregan su vehícu­lo, se pone las gafas de sol, y rueda hacia donde sea. Fácil, ¿verdad? Pues hace doce años nadie hubiera podido ni soñarlo, por abierta que fuera su mentalidad, y la causa es esta bolita. Pero, ¿qué es exactamente?
»Esa es una de las pocas preguntas que podemos responder: Es una hiperesfera.
»Imaginen un balón que flota en el agua. La superficie de esta forma un círculo en la línea de flotación. Un ser de dos dimensio­nes, un planilandés, confinado a la superficie del líquido, vería a la esfera no como tal, puesto que sus sentidos se limitan a las dos di­mensiones de la superficie, sino como un círculo. Pero si hundimos el balón con la mano, o lo elevamos fuera del agua, el planilandés verá un círculo cuyo diámetro aumenta o disminuye inexplicable­mente. Un misterio.
»Una hiperesfera de cuatro dimensiones sumergida en nuestro espacio tridimensional es visible para nosotros como una esfera. Cuando se mueve en la cuarta dimensión -digamos «hiperarriba» o «hiperabajo»- vemos una esfera que aumenta y disminuye de ta­maño... inexplicablemente. Y, al ser una hiperesfera homogénea, su densidad no varía, aunque medimos masas variables. Lógico.
»Para su uso en el teletransporte se las mantiene en un diáme­tro de cien micras, el tamaño de un grano de arena. (Saca un por­taobjetos y lo coloca bajo la esfera. La golpea ligeramente y esta se encoge hasta desaparecer. Cierra el portaobjetos con un cubre y se guarda todo en el bolsillo). Esto se hace para evitar el problema de las peligrosas vibraciones residuales... Bien, como decía, esta capa­cidad de oscilar en la cuarta dimensión es lo que permite el tele­transporte. ¿Cómo lo hace? La esfera es sensible a dos cosas: gol­pes y ondas telepáticas. Las segundas permiten el salto, guiadas por telépatas «triple-cero» a los que se priva de todos los sentidos para que se desarrolle el telepático. El cerebro se une a una com­putadora y, entre ambos, dirigen el salto. Y eso es todo. ¿Por qué responden a las ondas mentales? Misterio. ¿Cuál es su composición química? Misterio. En la Universidad de Lyon trataron de romper un pedacito. Ahora se llama aquello el Cráter de Lyon. (Risitas em­barazosas). ¿De dónde sacan la energía para los saltos? De nuestro universo no, desde luego. (Un cetiano hace señas desesperadas con tres brazos izquierdos. El conferenciante, sin decir palabra, levan­ta los dos suyos Y con los dedos transmite en interlingua: "PARA EXCRETAR ACIDO CLORHIDRICO, VAYA AL LABORATORIO DE QUIMICA INORGANICA. TERCERA PUERTA A LA DERECHA. NO HAY DE QUE». El cetiano, envuelto en su escafandra, se mar­cha a toda prisa).
»Hay algo más. Se cree que las hiperesferas son capaces de via­jar por el tiempo, del mismo modo que viajan por el espacio. Pero se trata de un fenómeno aún no demostrado.


17 de mayo de 1981

Salí al campo. Quería comprobar, sin riesgos, una loca teoría.
Cuando menguó de tamaño, golpeé de nuevo la esfera.
Tenía en la cabeza una época muy especial...


3 de septiembre de 1504

-¿Maese Leonardo?
-¿...?
-Es usted Leonardo da Vinci, ¿verdad?
-¿Uh? ¿Che cosa...?
-Esto es el Salón del Consejo Grande del Palacio de la Seño­ría, ¿no es cierto?
-¿Palazzo de la Signoría...?
-Uh, sí. Bueno, a lo que iba...
-Signoría, Signoría, Signoría...
-Sí, Signoría. Gracias..., no...; gra... gra... Obligato.
-Prego.
-Bien, le decía que a usted...
-¿Io?
-Sí, ío...
-¡Ah, lei...!
-No, no, no. Usted, usted, usted... tiene la manía de buscar nuevos procedimientos de técnica artística y...
-Non capisco.
-¡No me interrumpa! Ahora anda enrollado con el mural; esto... el fresco de la batalla de Anghiari, pero...
-Ah, Anghiari, sí, questo.
-Le saldrá mal..., es demasiado grande e intentará secarlo con fuego, pero...
-¿Fuoco?
-No funcionará..., olvídese del fuego. La pintura se ensuciará...
-¡Sí, eureka, sí! Fuoco..., geniale.
-No, no, no: sporcarsi. Fuoco, no.
-Sí, fuoco, sí. Eureka, eureka.
-¡Oh, Dios! Olvídelo.
A pesar de todo Juan salió a la calle loco de alegría. Se encon­traba en pleno Renacimiento y había hablado con Leonardo da Vinci en persona. Cierto que no había sido una gran conversación, pero... Lo importante era que ahora podía utilizar el tiempo a su capricho. Nada, nada podía ya preocuparle. Se alejó de las bullicio­sas calles florentinas. Y, dado que no deseaba dañar la ciudad para la posteridad, se dirigió a una campiña cercana, donde saltó de nue­vo a su época para asistir a un examen pendiente.


20 de mayo de 1981

-Juan, estoy enamorada de Miguel.
-¿Qué has dicho? Repítelo. por favor.
-Juan, estoy enamorada de Miguel.
-¡¿Qué?!
-Juan, estoy...
-Sí, sí, sí. Ya lo he oído, pero no puedo creerIo.
-Créelo. Miguel es la persona más maravillosa que conozco. El...
-Pero no puedes hablar en serio. Tú..., yo..., él... ¿Qué tiene Miguel que no tenga yo?
-Bueno, Miguel es alto, simpático, amable, atractivo, extrover­tido, tiene moto, tiene una cicatriz en la sien que le da mucha per­sonalidad, tiene...
-Vale, vale, vale. Es suficiente. No necesito una descripcióntallada de su anatomía. ¿Es eso todo lo que te importa? ¿Lo físico?
-Si se te ocurre algo más importante, estoy dispuesta a escu­char sugerencias.
-Vicent, no te reconozco. Nosotros..., nosotros somos almas ge­melas.
-No me hagas reír.
-Compartimos los mismos gustos, las mismas aficiones. ¿Qué me dices de Tchaikovsky, eh? ¿Y de Bécquer? Dios mío, pero si en todo el mundo no podríamos reunir tres como nosotros.
-No seas infantil. Tchaikovsky está bien para escuchar de vez en cuando, y Bécquer para leer en la cama. Pero ninguna de estas dos cosas pueden realizarme como mujer.
-Oh..., Vicent.


21 de mayo de 1981

-Bueno, ya te lo imaginas: una suave penumbra, un par de San Franciscos y Supertramp de música de fondo... ¡Perfecto! Ella me contó dos o tres de sus amores imposibles, yo le conté cua­tro o cinco de los míos; lloramos un poquito y, casi sin damos cuenta, nos estábamos besando...
-Miguel...
-¿Qué...?
-¿Por qué me cuentas eso?
-Bien, ya sabes: no importa lo mucho que disfrutes o vivas, no te servirá de nada si no tienes un amigo a quien contárselo.
-¡Magnífica frase! Yo te vaya dar otra, del poeta persa Saâdi: «A muchos de mis amigos he enseñado a tirar al arco y muchos me han tomado por blanco».
-¡Eh! ¿Qué te pasa? ¿Qué has querido decir?
-Nada en especial. Adiós, amigo.
Salí, arrastrado por una ola de furia. Y pensar que, de no ser por mí, ese bastardo ni siquiera estaría vivo... y pensar que, de no ser por mí, ni siquiera hubiera conocido a Vicent... y pensar... y pen­sar... y pensar... y pensar... y pensar...

«Then I'll be on the away...»
Si tan solo yo hubiera llegado unos minutos tarde aquel día, él se hubiera desangrado. Eso habían dicho los médicos. Y, si Miguel no existiera, ella solo podría amarme a mí. A MI.
«Then I'll be on the away...»
Llegó a su nuevo apartamento. Guardó un objeto en su bolsillo. Buscó la esfera, salió al campo y, una vez allí, la golpeó salvajemen­te con el martillo maceracarne.
Ya conocía el camino.


29 de julio de 1975

-¿De dónde ha salido usted?
Se encontraba frente a un muchacho flacucho, ridículamente cargado con una red cazamariposas de gasa, un frasco de tetraclo­ruro de carbono y un sombrero con bolsillos donde guardar los so­bres que contenían los especímenes.
-¿De dónde ha salido usted?
-Uh..., sería difícil de explicar, chico.
-No me gusta que me llamen «chico».
-Lo sé. Hem..., tú eres Juan Serrano Aznar, ¿verdad?
-Sí, pero...
-Y veraneas en un chalet que se encuentra en las afueras del pueblo, ¿no es cierto?
-Oiga, ¿qué pasa? ¿A qué viene este interrogatorio? ¿Es usted de la policía? ¿O tal vez de ICONA?
-No, no, al contrario. Tengo... tengo un obsequio para ti..., mira.
-¡¡Mierda!! ¡Una Acherontia atropos, vulgo «esfinge de la cala­vera»!
-Sí, je, je; sí.
-Llevo meses buscando esta mariposa.
-Lo sé, lo sé. Je, je; lo sé.
-¡Gracias! Voy a casa a guardarIa. ¡Es magnífica!
-Nada, nada. Que la disfrutes con salud. Yo..., pfff, tengo que marcharme.
Todo este planteaba un problema: la mariposa que le había en­tregado a mi «yo» quinceañero no la cazaría hasta un par de meses más tarde. Pregunta: si yo se la regalaba, ya no la cazaría y, por lo tanto, yo no podía tenerla para... Bueno, ¡dejemos esto!


21 de mayo de 1981

De regreso en el presente busqué a Vicent, la más adorable de las hembras, y la encontré con Simón.
No, no, no..., es absurdo. ¿Qué digo? Volvamos a empezar:
De regreso en el presente busqué a Vicent, la más adorable de las hembras, y la encontré con... NO, es imposible. ¿Con Simón?
¿Con ese simio jugador de fútbol, incapaz de escribir correctamen­te su nombre sin una cartilla delante? ¿Con ese manojo-de-múscu­los-sesos-de-mosquito...? NOOOOOOOOOO.
Vicent es inteligente y hermosa. Una extraña combinación. Ella y yo formábamos una pareja perfecta. Eramos dos seres diferentes al resto del mundo... Pero se interpuso Miguel. Bien, él ya no existe (1960-1975). A pesar de todo, podía entender que ella se sintiera atraída por Miguel. Era también todo un personaje. Pero Simón... ¿de qué podrían hablar él y Vicent? ¿Qué tienen en común? No es justo, no, no lo es, y yo ya he ido demasiado lejos para detenerme aquí.
«el camino..., el camino..., el camino»


23 de septiembre de 1977

Habían improvisado un terreno de fútbol en un campo de pa­tatas abandonado y ahora jugaban en él como gladiadores entusias­tas de su oficio.
Uno de los jugadores se dirigió hacia un córner. Era Simio-Si­món-Simplón. Su cara de póngido no había cambiado nada en cua­tro años. Solo su pelo rizado, negro, aceitoso, no había sido deja­do crecer indiscriminadamente en un burdo intento de imitación de Marío Kempes.
Juan se acercó lentamente hasta situarse a su lado. Él (inocente bestezuela) preparaba el balón para el saque, con la minuciosidad de un bioquímico que prepara una solución de NADH. (Ya te tengo, cabrón, hijo de puta; ya te tengo). La mano derecha de Juan se crispaba a su espalda, sobre el martillo maceracarne. Simio no le conocía. Aún tardaría dos años en conocerle. No, no lo haría.
-Juega muy bien al fútbol. Le vengo observando desde hace rato.
-Pfff.
-Le auguro un gran futuro en este deporte.
-Es consolador... ¡Pepe, tírate más hacia atrás, que ahí no te enteras! Sabes, parece que no, pero esto requiere mucho esfuerzo, mucha gimnasia...
-Sí, entiendo lo que quiere decir. Me pregunto si no estaré ante el próximo Premio Nobel de fútbol.
-Es posible, es posible... Ahora apártate, que voy a sacar. Vas a ver tú un chut.
-Eh, eh, cuidado. Lleva una bota desatada. Podría tropezar...
Se inclinó a mirar. Fue un error. ¡CHOMP! Su cabeza sonó como un melón verde. ¡CHOMP! El martillo maceracarne realizó el tra­bajo para el que había sido diseñado... ¡CHOMP!... una, y... ¡CHOMP!... otra vez.
Era un tío duro y le costó caer al suelo, pero al fin su cráneo se combó hacia adentro y sus rizos sangrientos se tiñeron de sangre.
¡Tíos, como sangraba!
...el muy cerdo...
.. .sangraba correctamente.
«Dadme un poco de paz.
y cuando pida perdón
Then I'II be on the away...»


21 de mayo de 1981

De nuevo en el presente corrí a deshacerme del ensangrentado martillo y de la esfera. Los arrojé juntos por un acantilado. Y desa­parecieron. Solo Dios sabe a qué rincón del tiempo fueron a parar.
Ya estaba hecho. No había pruebas. Yo tenía coartada: en aque­llas fechas estaba de viaje por Galicia. Tenía como testigos a diecio­cho compañeros de curso. ¿Y qué móvil podría haber si yo no co­nocía a Simio? No sentía remordimientos.
Tomé un autobús y fui en busca de Vicent. Cuando yo llegaba, ella salía de su patio colgada del brazo de un individuo. Me hice a un lado para no ser visto. Había reconocido al tipo que iba con ella...
ERA YO.
Al principio no supe si alegrarme o no. Después de todo, lo había conseguido, ¿no? Pero más tarde estuve pensando. Aquel tipo se había quedado tranquilamente sentado en su casa mientras yo le hacía el trabajo sucio.
Y ahora era «él» quien disfrutaba de Vicent mientras que «yo» seguía solo. Decidí eliminarlo. Bueno, ¿y qué? ¿Cómo llamaría us­ted a eso? ¿Egocidio?
Lo que estaba claro es que asesinato no era. ¿Cómo podía serIo si «él» y «yo» usábamos el mismo carnet de identidad, las mismas huellas dactilares, la misma cara? Se supone que «nosotros» no podíamos existir al mismo tiempo. ¿Suicidio? ¡Pero, señor Juez! En­tonces, ¿qué hago yo aquí?
Sí, acaban de abrir la veda. Puedo liquidarlo tranquilamente. A plena luz del día. Ante testigos...
Además, no dejaré que ese malnacido la toque con sus asquero­sas manos. Solo «yo» la merezco...
SOLO YO.

Juan Miguel Aguilera

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